Al albur de la transición democrática surgieron en España, y en especial en provincias como Guadalajara que sufrían los duros efectos de la despoblación, cientos de asociaciones denominadas "de amigos" de los pueblos, cuyo objeto no era otro que trabajar por la defensa y recuperación de lo que todavía quedaba en nuestro medio rural.
A estas alturas, después de aquella verdadera fiebre asociativa y realmente comprometida con la dura realidad que ya entonces, hace más de treinta años, vivían los pueblos, el movimiento asociativo sigue vigente, vivo y comprometido con sus objetivos iniciales de salvar lo poco que todavía se pueda, eso sí, con todo tipo de trabas y dificultades.
A pesar del verdadero derrumbe poblacional que ha sufrido la provincia desde aquellos años, el asociacionismo ha sabido mantenerse vivo y activo en buen número de localidades guadalajareñas, y es gracias a ello que muchos pueblos tienen fiestas, cuentan con un pequeño bar, local social o simplemente organizan todo tipo de actividades en fechas señaladas del año, y generan ilusión y esperanza en el futuro, que no es poco precisamente.
Puede parecer insignificante lo que hacen, incluso hay quien lo desprecia, pero el trabajo de quienes están al frente de las asociaciones es ingente. Gracias a ellos los pequeños pueblos que tienen la suerte de contar con una asociación más o menos activa pueden decir que siguen teniendo algo de vida, desde luego mucha más que aquellos donde no exista una asociación. Serán criticadas, y harán cosas mal, pero sin duda su labor es reconocida y ayuda a mantener un pequeña llama de esperanza, aunque sea pasajera y solo en periodos vacacionales.
Pero quería, sobre todo, llamar la atención ante las crecientes dificultades a las que se enfrentan las asociaciones culturales o de amigos de los pueblos, especialmente en los últimos años cuando, amparándose tan injusta como maquiavélicamente en la crisis, las administraciones públicas prácticamente han cerrado el grifo económico dejando sin recursos a estas organizaciones fundamentales en la estructura social de nuestra provincia, además de dificultar de manera dramática su funcionamiento administrativo con normas absurdas y fuera de la realidad.
Y esto a pesar de que los recursos que destinaba la Administración en su conjunto a las asociaciones eran ya de por sí ridículos antes de la crisis, y por supuesto no condicionaban para nada la salud financiera de ninguna administración, aunque el rendimiento que se obtenía para los pueblos era enorme, pero han preferido hacer tabla rasa y dejar sin apenas aliento a estos colectivos amparándose demagógicamente en la escasez de recursos.
Siempre he tenido la sensación de que la clase política ve el movimiento asociativo como un enemigo a batir, en lugar de un gran aliado en la recuperación del medio rural. Y así unos condicionan las ayudas en forma de migajas a que esta u aquella asociación sea más o menos amiga del político de turno, otros porque ven en las asociaciones un terreno a conquistar, a dominar desde dentro y a utilizar posteriormente. Un modo como otro cualquiera de destruir lo poco que nos queda del tejido asociativo y rural en Guadalajara.
Mientras tanto unos cuantos valientes, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes de nuestros pueblos siguen creyendo en lo que hacen, de manera completamente altruista y comprometida, resistiendo contra viento y marea y superando el desprecio y la dejadez de la Administración, en esta como en otras tantas cosas básicas para nuestro medio rural, y mantienen viva la fe en unos pueblos semidesérticos y la ilusión de sus vecinos, emigrantes y visitantes, aunque solo sea en cuatro días señaladas del año. Sólo por eso merecerían todo nuestro respeto, y muy especialmente el de la Administración.
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