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La Crónica de Guadalajara
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Martes, 3 de agosto de 2021
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Tierras raras en Guadalajara

Terraplén florido de amapolas en la calle Ibarra Landete, al que se alude en este artículo.
Actualizado 24 mayo 2016 14:33. Primera publicación 19 mayo 2016 19:09.
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Que no se enteren los chinos, pero lo hemos conseguido. Después de varios días con el amplio equipo de fotógrafos de LA CRÓNICA DE GUADALAJARA movilizado sin apenas descanso, ahí está la fotografía que ilustra este artículo, como testimonio irrefutable de que en Guadalajara, en el mismísimo centro de la capital alcarreña, hemos encontrado nuestra porción de tierras raras. Más concretamente, en la calle de Luis Ibarra Landete, en un cirate de dudosa titularidad, junto al centro social.

El asunto es importante. A falta del necesario análisis geológico (tras el que vaticinamos intensos pleitos jurídicos entre el Ayuntamiento y el particular que litigue por su propiedad) ahí tenemos el perfil de todo yacimiento de tierras raras español que se precie: un campo inmaculado, con una virginidad sólo salpicada de amapolas, como las grandes extensiones sin cultivos de los Campos de Montiel, salvados este jueves de la desolación industrial-capitalista por la cada vez más habitual coalición de intereses entre Podemos y el PP.

Ha sido este jueves, sí, cuando en las Cortes de Castilla-La Mancha los pocos diputados que dejó Cospedal en ese barbecho de escaños improductivos decidían qué hacer en la región con la minería que busca elementos tan extraños como el lantano, el cerio, el praseodimio, el neodimio, el prometio, el samario, el europio, el gadolinio, el terbio, el disprosio, el holmio, el erbio, el tulio, el iterbio y el lutecio.

Como si fuera una vengaza de los frikis del patio del colegio, estos 17 elementos químicos tan raros y con nombres tan propicios para la burla, resultan ser a día de hoy los más valiosos del planeta. Lo son porque están en el corazón de nuestro Iphone y en el de los misiles militares, indispensables como son también para conseguir un rayo láser o incluso para que funcione un generador eólico, de esos que contaminan tanto nuestros paisajes, enriquecen a Iberdrola y aún provocan orgasmos a los ecologistas más despistados.

En busca de los elementos químicos más frikis del escalafón se habían movilizado por tierras de La Mancha, pero menos mal que ahí estaba el diputado David Llorente y sus aliados del Partido Popular para evitarlo. Sin mover una pestaña y sin remover una hectárea de terreno. Y sin renunciar al smartphone ni a la tablet, naturalmente.

Al lector le excuso de la dura tarea de intentar entender qué postura defendía cada cual este 19 de mayo de 2016 en Toledo y especialmente sus razones para vetar la explotación minera, en lo que parecían unidos o algo parecido. Si alguna vez les hiciera falta a los académicos de la RAE ayuda para definir el término "postureo", con mandarles un vídeo de la sesión sería más que suficiente para ilustrar a los guardianes del idioma.

Viéndolos, a unos y a otros, diputados todos de esta nuestra Comunidad, sorprende cómo se ha llegado a entronizar a la Naturaleza como única divinidad absoluta. A ella nos sometemos y por ella vivimos o morimos. Menos mal que en los cinco millones de años anteriores los homínidos que nos precedieron pensaron justo lo contrario: que primero había que domeñarla y luego aprovecharla para beneficio de la especie. Sin arruinarla, pero escapando de la tentación de convertirla en diosa, más allá de los temores de los antiguos americanos y del amor a la Pachamama que aún le prodiga Evo Morales, ese hombre. 

El propio Llorente, don David, ha tenido que escuchar de boca de la socialista Blanca Fernández, siempre tan adusta, que si quería ser coherente con su apocalíptico alegato contra la minería de tierras raras, debería "tirar el móvil, no usar bombillas de bajo consumo o no defender la medicina nuclear", artefactos impensables sin alguno de esos lantánidos. Lo mismo, se supone, valdría, para el diputado del PP comanditado esta vez a abrazar las tesis (que no el torso) del portavoz de Podemos.

Y el caso es que da lo mismo.

Mientras en España nos cogemos la industria con papel de fumar (cuando no lo usamos para liarnos un buen porro a su salud) en China seguirán utilizando su casi monopolio de los 17 curiosos elementos que exige el mundo moderno para jugar a la geopolítica. En las Cortes de Castilla-La Mancha, para jugar a la política. En minúscula.

Es poco probable que la hipotética explotación de las tierras raras descubiertas por este diario (raras por lo que producen y por donde están) lleguen a generar algún día una riqueza mineral tal que los hijos del vecindario de las Casas del Rey, agradecidos, bauticen a sus hijos a los pies de la Virgen de la Antigua con nombres tan apropiados como Cerio, Prometio, Lutecio o Samario. Descuiden nuestros políticos: no habrá caso.

Con todo, nuestras tierras raras de Guadalajara han dado abundante cosecha de amapolas donde sólo crecen farolas y asfalto, además de motivo para una foto y para un artículo. En la comparación, tampoco es tan mal balance, ¿no? Por Ciudad Real terminarán mirándonos con envidia. Por esto y por mucho más.

Y usted, relájase y sonría, que tampoco es para tanto.


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