Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, décimo tercera marquesa de Casa Fuerte, es una mujer irritante no sólo para la izquierda sino también para todo el espectro político español. Por su genealogía y atavío indumentario, muchos la considerarán una megapija; como Rita Maestre, pero en facha. Si recordamos que hace ya una década asesoraba a Acebes cuando éste ejercía de antecesor de Cospedal en la calle Génova, la prevención puede ir en aumento. Ella, criada a caballo de Londres y de Buenos Aires, recuerda a menudo que eligió ser española, aun habiendo nacido en Madrid. En todo caso, un bicho raro.
Este 12 de octubre, fecha que viene en rojo en el calendario pero que uno no sabe muy bien cómo llamar, ha amanecido lluvioso. Un regalo. También ha llegado a los kioscos con una "entrevista-río" de la periodista Cayetana que nos hace olvidar a la marquesa Cayetana, a la asesora Cayetana y a la diputada del PP antes de ser flagelo de Rajoy. La víctima ha sido Nicolas Paul Stéphane Sarközy de Nagy-Bocsa, empeñado en ilustrarnos a los del sur sobre las bondades de la identidad nacional. A nosotros, que no sabemos si este miércoles no hemos ido al trabajo por ser la Virgen del Pilar, el Día de la Hispanidad, la Fiesta Nacional Española, el Día de la Raza o qué coño qué.
En las páginas de "El Mundo", la periodista de largo cuello y el político de altas alzas se enzarzan en un duelo (a florete, más que a sable) sobre el nacionalismo, la nación y su identidad. Si quieren saber quién gana, tomen aliento y lean las muchas páginas de ese diálogo, en ningún momento aburrido.
Para lo que nos interesa a nosotros, humildes mortales pecadores adscritos a España por los azares del destino, resulta relevante que Sarkozy quiera erigirse en parapeto francés contra el Frente Nacional promoviendo con frenesí, al mismo tiempo y en la misma dirección, las bondades de la "identidad nacional". Como ese hijo de húngaros, judíos y griegos no es un Schiller, el discurso tiene goteras y poca poesía. Chirría. Suena a siglo XIX por más que se vocee en el siglo XXI.
Al final, de todo cuanto pregona el marido de Carla Bruni nos quedamos con una idea, más que nada por lo ausente que está en España desde hace siglos: "Para que un país recupere su orgullo hay que proponer a la nación un proyecto importante. No contra los otros, para sí misma".
Si lo piensas, puede ser cierto que en esta Península hay más de 40 millones de personas que bien podemos definirnos mutuamente como españoles, porque a todos nos alcanza esa incapacidad para encontrar un proyecto común.
Hablando de nosotros y de los centrífugos periféricos que padecemos, Sarkozy insiste en que "Europa necesita a España. La implosión de España sería una catástrofe para España y para Europa. Detrás vendría la implosión del Reino Unido, después la de Bélgica. Y no crea usted que en otros países no habría problemas similares. ¿A dónde conduce todo esto?"
La periodista, incapaz de resistirse, no pregunta sino que responde al entrevistado: "A ningún sitio. Es el riesgo de azuzar causas identitarias y emocionales".
Y nosotros, mientras, viendo llover, un 12 de octubre, sin saber qué hacer con una bandera, una patria y una historia.
La lluvia es lo único que cubre mansamente España en estos tiempos.