Los físicos se dividen, casi a partes iguales, entre los que creen que el tiempo existe y los que no. Bien curioso eso de que, en lo más relevante, la ciencia no pase de ser una creencia.
A todos aquellos que aún confían en poder demostrar que el tiempo es un convención sin más argumento que la apariencia, les recomendaría que se leyeran el número de este viernes de "El Mundo" o que, al menos, se lo ojearan.
Allí, en la última página se nos aparece en cuerpo mortal Nazario. O alguien que en su día fue Nazario. El mismo Nazario que nos conmovió en la Movida, pero a sus 74 años.
Ha sido una de las apariciones más espeluznantes que haya podido sufrir en toda su vida este paseante.
Aquel Nazario que salpicaba de semen las portadas de "El Víbora" se ha convertido en un viejecito con bigote, que se unta algo en la puntita para poder corresponderle al novio.
La entrevista de Javier Blánquez es magnífica, como enternecedora es la presencia de ese señor tan achuchable llamado Nazario Luque Vera que se ha adueñado, como un intruso, del cuerpo del mejor dibujante de comic que haya habido en España desde la añeja Transición.
Con Nazario algunos creímos que la anarquía reinaría un día, para solaz de los humanos y perplejidad de los poderosos, tan inhumanos.
Con Nazario creímos en el poder todopoderoso del sexo y de la desinhibición. Aproximadamente, claro, hasta medio minuto antes de pasar por el altar y por la Agencia Tributaria.
Con Nazario, el mundo era salvaje y colorido como las portadas de esa revista que pasaba de mano en mano o de mano en porro.
¿Dónde han quedado los afilados tacones de aquellos travestis vengadores, justicieros sin afan de justicia, seguidores del puro placer?
Bien demostrado queda que el tiempo existe, pasa y no se queda más que pegado en nuestras arrugas, amigo Nazario.
Dado que tantas veces solo vivimos porque no sabemos hacer otro cosa, tras leerme lo que le decías al periodista e imaginarme el acento sevillano con el que lo pregonabas, no he podido evitar una sonrisa. Quizá melancólica, sí, pero sonrisa sincera de este anónimo y superviviente admirador de tus dibujos y de tu desvergüenza. Y ahora, también, del abuelo que no eres.
Un beso casto y heterosexual, anciano, eterno iconoclasta.
Viejos somos todos, antes o después. Unos antes que otros. Algunos, sólo en el destello previo a la muerte. Y tú no estás muerto. No hay más que leerte e imaginar cómo lo dices...