No hay momentos de mayor intimidad que los que se pasan a solas dentro de un coche. Quizá por eso, en los atascos es casi imposible dejar de hurgarse la nariz o no bostezar con amplitud mandibular propia de un oso grizzly. Este miércoles, cuando aún hacía fresco, el que estaba encerrado en esa cápsula de acero y cristal era Atilano, el obispo.
Según la Wikipedia, Atilano Rodríguez Martín "es un obispo católico y teólogo español. Fue entre los años 1993 y 2003 obispo auxiliar de Oviedo y titular de Horaea, hasta que fue nombrado obispo de Ciudad Rodrigo y actualmente desde 2011, obispo de Sigüenza-Guadalajara".
El 24 de mayo de 2017, a las ocho y media de la mañana, en la calle de Luis Ibarra Landete, a sus 70 años y dentro de su añoso Wolkswagen Golf, era un hombre individualmente tomado, sin tiaras ni báculo, aunque con anillo. Y encima, aparcando con facilidad, mejor que mucho laico con menos años.
Mientras las feligresas de San Pascual Bailón iban entrando en ese templo, de arquitectura tan discreta como la de todo el barrio salvo por el cercano Teatro Buero Vallejo, al obispo de Sigüenza, vecino permanente de Guadalajara, le quedaba medio giro de volante para salir del coche. Antes tendría que abrocharse el alzacuellos de la camisa negra sin mangas.
Pasear y encontrarse a un obispo hecho hombre y carne mortal, pastor al volante entre su rebaño, es algo que no todos pudieron contemplar a lo largo de los últimos dos mil años. La Iglesia no es lo que era... y no siempre para mal. Este obispo de hoy y ahora, asturiano en La Alcarria, no peca de vanidad; del resto de sus pecados sabrá Dios y quien le confiese.
El día en que además comparta su amplia Casa Diocesana con los pobres será para nota y aplauso. Quedamos a la espera los que paseamos las aceras de esta ciudad, que también es la suya, a pie o en coche. Y los necesitados, especialmente.