Como este paseante no tiene fronteras, ha querido ejercer de forastero en Guadalajara, aprovechando las fechas del Carnaval, guiado para la ocasión por ese revoltijo de datos inexactos, bienintencionados, falsos o ciertos pero muy pocas veces inocentes que conocemos como Wikipedia.
En uno de los artículos de la universal enciclopedia del todo gratis internáutico se reseña que "en los carnavales, que en Guadalajara duran casi una semana completa, los primeros actos son desfiles de cabezudos para niños y convite a bizcocho borracho en alguna de las plazas de la ciudad". Si alguien de verdad ha buscado comprobar el dato viniendo desde más allá del Henares se habrá llevado un chasco. Más por el dulce que por los cabezudos, que tampoco.
El Martes de Carnaval, día y noche de someterse a felices ordalías para acreditar que uno está vivo y resiste la fiesta, en Guadalajara estaba desapacible. Tanto era el viento y tan desagradable que no animaba a intentar localizar a nadie que anduviera disfrazado, más allá del repartidor de folletos del Área Comercial Miguel Fluiters, que por ahí andaba sin apenas nadie al que abordar. Imposible encontrar a nadie repartiendo bizcochos borrachos por las esquinas, por más que lo prometiera la Wikipedia. Tampoco a borrachos repartiendo abrazos, que habría sido la alternativa natural de las vísperas de Cuaresma.
Dicho lo cual, la respuesta más cabal a tan ingrato destino fue entrar en "La Flor y Nata", que desde hace años es poco más que recuerdo de un recuerdo, sepultado en la memoria el sabor de los pasteles de antaño, de las trufas de antaño, de las trenzas de antaño. Y aun así, nos quedan los bizcochos borrachos.
A cambio de cinco euros te ofrecen seis ocasiones, seis, de inocularte por vía oral una droga gastronómica sabiamente elaborada con agua, azúcar, harina de trigo, huevos, vino dulce, sorbato potásico... y un embriagador sabor a canela. ¡Vaya si están buenos los bizcochos borrachos de Guadalajara!
Como tantas cosas buenas de esta puñetera ciudad, son un regalo para bien vivir que aprecian mejor los de fuera que los propios. Se comen en tres cucharadas, casi con la rapidez de un yonqui gastronómico, apenas tres dulces arreones contra los más negros presagios, de esos que nunca nos abandonan.
Por 83 céntimos la unidad, el bizcocho borracho de Guadalajara es un pudoroso orgasmo de lo más asequible. Aun siendo barato, igual acertaba la municipalidad si llegado el Carnaval los repartía por las plazas, como contrapunto a la chorizada del Jueves Lardero. Otra cosa no nos sobrará en la España de hoy, pero de chorizos ya vamos bien servidos en cada telediario.
Ojalá el Ayuntamiento de Guadalajara se anime a costear de sus fondos (de todos, de nadie) esta propuesta, aunque sólo fuera para no tener que corregir a la Wikipedia, un trabajo tan duro como intentar vaciar el mar con una cucharilla. Esa misma cucharilla que me reservo para el próximo bizcocho, que también es para mí.