En las últimas horas, un tuit ha servido para dar amplia publicidad a tres comentarios de tres lectores a una noticia de LA CRÓNICA, en la que este medio daba cumplida cobertura al interés de la Asociación WADO LGTBI+ por acoger en 2019 un encuentro nacional en defensa de los derechos de ese colectivo. Languidecía la información, que se nutría de unas declaraciones de Ignacio de la Iglesia a la agencia que presta sus servicios a este diario, después de tres días de publicada. Así fue hasta que en Twitter resucitó, con el pantallazo de los tres comentarios, como tres fogonazos de la intolerancia que anida en nuestra sociedad.
Algún buen amigo le planteaba a este que les escribe los balsámicos efectos de una censura preventiva para evitarse uno mismo y a la concurrencia el espectáculo de la necedad ajena. Es una opción, ciertamente. Pero si hubiéramos tomado esa decisión estaríamos escondiendo la desagradable realidad. Nos evitaríamos el asombro y el pesar, pero nos engañaríamos a nosotros mismos, como tantas veces: Guadalajara es WADO y es, también, quien está detrás de las IP de esos comentarios. Y estamos, además, los que damos la cara para decir lo que pensamos e intentar argumentarlo.
Con el enconamiento (lean bien, no hay ñ) que se vive en España en la espiral creciente de intentar acabar con el contrario, los que suspiramos por una vida en libertad para uno mismo y para todos no siempre respiramos a gusto, prisioneros de una atmósfera tan enrarecida. No faltan embozados en las redes sociales, criados que no llegan a categoría de sicarios pero que asestan puñaladas, como tampoco escasean los artistas provincianos de la hipocresía empeñados en el innoble oficio de hacerte la vida imposible. Y no me refiero al arriba firmante, o al menos no sólo a él, sino a cualquiera que no se ajuste al patrón de quien quiere imponer su ley, su canon o su capricho. Así, puede ser tan malo hablar español con acento poco castellano como mover los brazos con aire escasamente viril, ser mujer y no empeñarse en resaltarlo o incluso ser inteligente y no estar predispuesto a pasar por gilipollas para no desentonar del resto. O ser de derechas, de izquierdas o mediopensionista si el que te mira es lo contrario.
Con todo lo expuesto, comprenderá el lector que estas líneas son más un deseo que una queja, más un intento de esperanza que la certeza de un fracaso colectivo. ¿Vamos a rendirnos o intentaremos cada día, a cada paso, ser un poco más libres y hacernos más libres entre todos? Nos va la vida en ello. La vida que merece así llamarse, al menos.
Respetar al otro es respetarnos a nosotros mismos, del mismo modo que la burricie ajena nos embrutece a todos, mientras usted y yo estemos en este mismo barco que se llama Humanidad.
Dicho lo cual, sólo nos queda seguir intentándolo. Porque o somos libres o nunca seremos más que el reflejo de otro.
Mira que es sencillo y mira qué es difícil que no tengamos que repetirlo otra vez, quién sabe cuándo, tras otro espasmo de intolerancia. Que vendrá de un lado o de otro, desde arriba o desde abajo, pero que sin duda llegará. En LA CRÓNICA, entonces, volveremos a valorar cómo mostrar la realidad, para acercanos lo más posible a la verdad a la que nos debemos, sin ofender por hacerlo y sin ofender por ocultarla. Ahí nos encontrarán, los unos y los otros. Libres como esperamos lo sea cualquiera, cualquiera que sea su sexo y su inclinación, su raza, su religión o su ideología.
Y si hay que repetirlo, volveremos a escribirlo.