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La Crónica de Guadalajara
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Martes, 3 de agosto de 2021

Namur, entre ángeles y diablos

Valonia, a las orillas del río Mosa (y 5). Un recorrido en palabras e imágenes.
Actualizado 9 octubre 2016 19:59. Primera publicación 8 octubre 2016 17:50.
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A la mayoría de las capitales europeas les basta con un río: París tiene el Sena; Londres, el Támesis; Madrid… el cauce de lo que un día fue el río Manzanares. Namur vive entre dos: el Mosa y el Sambre. ¿Chulería? Nada de eso. Los méritos de esta ciudad son otros y mucho más originales. Si tienen un rato, le contamos algunos.

Namur es la capital de Valonia, la región francófona de Bélgica. Tenga en cuenta  que en flamenco la llaman Namen y es así como la encontrará rotulada no sólo en Flandes, sino también al salir de Bruselas y hasta apenas 50 kilómetros del destino; así pues, bien atentos para evitar despistes al volante. Por cierto: se tarda apenas una hora en llegar a Namur desde Bruselas en tren, una muy cómoda alternativa para evitar atascos.

El camino, venga de donde venga y lo haga en coche o en tren, no es largo y compensa. Ya se sabe que por esta parte de Europa no hay distancias.

Lo de ser  “de la capital” parece que no ha alterado lo más mínimo a los namurois. Visto, oído y charlado con quien quiera, verá que son gente tranquila, de carácter afable, dispuestos a orientarte.

Su concepto de la buena vida tiene aplicación práctica en las muchas terrazas que se desparraman por todo el casco antiguo, en el deambular pausado por la amplia zona peatonal y comercial… o en las animadas conversaciones mientras almuerzan cualquier día de fin de semana, entre amigos, en familia. Casi como en España, pero en valón.
 
Peleas sobre zancos
Para diferenciarse, en Namur mantienen sus propias tradiciones. Algunas tan antiguas como las de las luchas sobre zancos, documentadas al menos desde el siglo XV. Desde entonces, el combate para conseguir el “Zancudo de Oro" es en sí misma un gran atracción el tercer domingo de septiembre, coincidiendo con las Fiestas de Valonia. Los participantes, vestidos de una manera muy peculiar, se colocan en dos filas enfrentadas. Hay que tirar al adversario. El último que resiste, gana. Entre sus espectadores estuvo, hace cinco siglos, exactamente en 1515, Carlos V, cuando se acercó para tomar posesión como conde de Namur. Años más tarde, a su hijo Felipe II le gustó tanto la experiencia que se la tuvieron que repetir dos días después.
 
Un premio para el más mentiroso
No es la de los zancos la única originalidad de Namur, aunque quizá sí una de las más vistosas. Si usted es de los que se fijan en los detalles, quizá caiga en la cuenta de que frente al Teatro de Namur hay una solemne silla de piedra, bastante desgastada. ¿Para qué puede servir, además de para descansar un rato entre tanto paseo? La historia nace del señor con bigotes cuya efigie está ahí lado: Nicolas Bosret, compositor de “Li Bia Bouquet”, el himno popular de Namur y uno de los fundadores del Círculo de los Mentirosos. Cada año, cuando llegan las Fiestas de Valonia, los cofrades de la “Sociedad Moncrabeau” eligen al “Rey de los Mentirosos” entre siete candidatos, que improvisan (si es posible, en valón) la mayor y más contundente sarta de mentiras posible. El ganador, además, pasa a ser nuevo cofrade, con todos los honores.
 
Catedral con diablo dentro
La catedral de Namur es bella por fuera y de una ligereza sorprendente por dentro. Agrada entrar y verte envuelto en una claridad tan inesperada. Nada es sombrío. Como corresponde a la rivalidad episcopal del siglo XIX, el púlpito es espectacular, obra de Geerts, según se puede comprobar en la peana. Pero, por favor, fíjese bien.

El mismo año en que Marx y Engels publicaban el “Manifiesto Comunista”, en París ardía una revolución, México perdía la mitad de su territorio en guerra con Estados Unidos y en Mataró se apresuraban en acabar el primer tramo de ferrocarril de España, entre los obispos valones se entablaba un singular combate por ver quién conseguía el diablo más bello. ¿Qué no me creen? Observe el púlpito de la catedral de Namur. El conjunto es hermoso, deslumbrante por sus dimensiones. Preste más atención al personaje que se cierne desde el fondo: en efecto, es Satán. La obra está fechada en 1848, el mismo año en que en la cercana Lieja, por fin colocaban también en el púlpito de su catedral la diabólica y espléndida escultura de Guillaume Geefs; lo hacían seis años después de que a su hermano Joseph le rechazaran un primer encargo por reflejar al diablo más como un apetecible efebo que como un ser terrible. Qué lejos queda aquella pasajera costumbre, que tan buenos resultados estéticos tuvo. 

Esta peculiar catedral, frente por frente con el antiguo palacio episcopal, es consecuencia directa de las terribles inundaciones de 1740, que de la antigua colegiata sólo había dejado en pie la vieja torre. El italiano Gaetano Pisoni trazó los planos y en pocos años estaba todo casi completado, incluso la complicada y admirable cúpula que todavía hoy nos asombra. En la cartela queremos traducir algo así como "Controlando a sus enemigos con palabras inspiradas en la fe, tomando en sus manos Maguncia, su cabeza cortada, Auben, en el nombre admirable - blancura, pureza, alabando a Dios, bien merece estar en el cielo con los Ángeles", que luego confirmamos pertenece a un himno para loar al santo.

Con tanto que mirar, es fácil no caer en la cuenta de que cerca del altar mayor hay una placa con otra prolija inscripción, donde dicen reposa el corazón (¡¡¡????!!!) de Don Juan de Austria; el resto de sus restos están en El Escorial.
 
El satanismo como una de las bellas artes
Lo de los devaneos satánicos quien se lo tomó con mayor empeño en Namur no fue ningún clérigo, sino el hijo de Nicolás Rops, aquel acaudalado comerciante local que quizá nunca supiera ( pues murió meses más tarde) que en ese 1848 al que hacíamos referencia su quinceañero hijo Félicien ya demostraba una acreditada facilidad para dibujar caricaturas de sus profesores. Décadas después, pasaría a la historia del arte y de la libertad del pensamiento como uno de los genios del simbolismo y del “decadentismo” en el París del último tercio del siglo XIX. Tanto, que de él escribió Baudelaire: “Rops es el único verdadero artista –en el sentido en que yo entiendo, y quizá sólo yo, la palabra artista– que he encontrado en Bélgica”. Y no se lo decía a un cualquiera sino a Manet, en 1865.

¿De qué hablarían Rops y su admirado Baudelaire en 1866, en una de las ocasiones en que consiguió que el poeta le visitara en la ciudad? Dicen que fue saliendo de Saint Loup cuando sufrió un brutal ataque que le hizo desplomarse en el suelo, una de las últimas manifestaciones de la sífilis que terminaría por matarle meses más tarde. Quedó sin voz y hemipléjico, un doloroso final para una existencia tormentosa.

A los que prefieran rendir culto al poeta no les queda otra que ir al cementerio de Montparnasse, en la capital francesa. Quienes quieran saber más de Félicien Rops no tienen que moverse de Namur, sino buscar su museo. Es un lugar admirable, tanto por el contenido como el continente. La exposición es abundantísima, llena de dibujos, grabados y óleos dignos de atención. No faltan tampoco los recursos museísticos a la moda, como ese sillón orejero que te habla al oído y que nadie debería dejar de probar.

¿Cuántos países serían capaces aun hoy de prestigiar y prestigiarse con un erotómano confeso, un pornógrafo recurrente, un provocador compulsivo como Rops? En Bélgica lo han conseguido con toda naturalidad. Es de justicia agradecérselo, quizá descansado un rato en el silencio del patio, admirando cómo el arte se sube literalmente por las paredes entre el aroma de las plantas que tanto amó el artista.

Coros y confesionarios en Sain Loup
El propio Baudelaire definió a su modo la iglesia de Saint-Loup, que rivaliza incluso con la catedral en belleza y valor arquitectónico. En un francés fácil de entender la describió como "Merveille sinistre et galante. Saint-Loup diffère de tout ce que j’ai vu des jésuites. L’intérieur d’un catafalque brodé de noir, de rose et d’argent. Confessionnaux, tous d’un style varié, fin, subtil, baroque, une antiquité nouvelle. L’église du Béguinage à Bruxelles est une communiante. Saint-Loup est un terrible et délicieux catafalque".

Dicho eso, poco más puede añadir el viajero. Si acaso, certificar que no está de más dejarse caer por allí coincidiendo con “Namur en Choeurs”, el festival internacional de arte coral, que en 2016 ya iba por la tercera edición y que llena durante tres días calles, plazas y templos de los más bellos sonidos producidos por la voz humana.

Los confesionarios siguen estando allí, impresionantes por sus dimensiones y su trabajado detalle. Pero no deje de mirar hacia lo alto, hacia el cielo al que todos aspiramos: en Saint Loup se ha convertido en puro encaje.
 

 Una ciudad para callejearla 

Plaza del Ángel
El centro de Namur, por lo histórico y por lo comercial, no tiene nada de diabólico y sí bastante de celestial. Tanto, que su núcleo está en la Plaza del Ángel y discurre en un buen tramo por la Calle del Ángel, en competencia directa con la Rue de Fer.

La razón de tan angélico nombre le viene, eso sí, de un motivo muy terrenal como es una fuente pública, de las que a finales del siglo XVIII aún eran esenciales para el suministro del vecindario. Olvidada la fuente, queda el angelote que toca la trompeta y, a su alrededor, las tiendas más concurridas y un lugar de encuentro muy utilizado por propios y extraños. ¿Dónde mejor para quedar? Por lo demás, de allí parte la calle más famosa en los últimos tiempos de todo Namur por culpa (o gracias a) un surtido de paraguas multicolores "instalados" por un artista portugués. Anuncian más experiencias similares. Estaremos atentos.

En esa misma esquina, a la altura de un primer piso, encontramos la hornacina más venerada de la ciudad y en su interior, la imagen de Notre-Dame de la Délivrance, a la que las parturientas se encomendaban para dar a luz sin complicaciones.
 
De aquí, a Compostela
No se extrañe demasiado si sus pasos por Namur le hacen encontrarse con alguna vieira de bronce en el pavimento. Sus razones tienen para estar ahí, habida cuenta la intensa pasión por el Camino de Santiago que ha tenido siempre esta ciudad, hasta el punto de que uno de sus vestigios más antiguos es la Torre de Santiago, levantada 1388. Siguiendo las conchas también se recorre sin pérdida lo más relevante del centro histórico.
 
 
¿Y qué hay de la Ciudadela?
Con todo lo escrito hasta ahora y lo mucho que nos dejamos por contar, el lector entenderá que hayamos dejado para el final el monumento más conocido y “evidente” de Namur. La ciudadela, que ya existía durante el período de dominación española, es sin duda la atracción turística más recurrente. Desde hace pocos años, aconsejan plantarse en el flamante Centro de Visitantes Terra Nova. Es de allí de donde parten las visitas organizadas para recorrer tanto los subterráneos como la superficie, con el confortable trenecito. Las explicaciones, eso sí, en francés, neerlandés, inglés o alemán.

La Ciudadela es un recinto del que los namurois están orgullosos y bien que pueden estarlo, por su historia y su utilidad práctica como enorme parque para el ocio de parejas y familias. Para el visitante foráneo, sus 7 kilómetros de subterráneos quizá no sean lo más emocionante que uno pueda encontrar en Namur.

Puestos a elegir, una mucho mejor vista de la Ciudadela puedes hallarla a la sombra de una terraza de la Rue des Brasseurs, resolviendo a orillas del Sambre la duda entre una “Blanche de Namur” o una “Houppe”, por aquello de hacer patria local cervecera aun siendo forastero.

Un grupo de boy scout despliegan en esos momentos al pasar por delante de las mesas todo el catálogo de alegría infantil y adolescente. Por un momento, jurarías haber reconocido en el grupo al mismísimo Tintin. No ha sido así. Además, tu aventura en Namur ya se acaba.

No hay más que escribir la palabra inevitable:

FIN
 


¿... Y QUÉ MÁS PUEDO VER?


• Museo de Arte Antiguo de Namur
Hôtel de Gaiffier d’Hestroy
Rue de Fer 24 

5000 NAMUR 

Abierto todo el año (excepto lunes)
De martes a domingo: 10:00 - 18:00

Ubicado en una residencia patricia del siglo XVIII, rehabilitada en el siglo XIX. Colecciones de la Edad Media y del Renacimiento procedentes de Namur. Colección del pintor paisajista Henri Bles. También incluye el Tesoro de Oignies, conjunto de orfebrería del siglo XVIII. 
 

Para más información:

Oficina de Turismo de Bélgica: Bruselas y Valonia (www.belgica-turismo.es)

También puede consultar:
• Maison du Tourisme du Pays de Namur
Place de la Station à 5000 Namur
Tél. : +32 (0)81 / 246449
[email protected]
www.paysdenamur.be

 


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