|
¡Comprobado! Cualquier asunto nos sirve para tirarnos los trastos a la cabeza.
Asisto con algo de desconcierto a la polémica que se ha generado por la presencia del presidente Page en el acto de entrega de los VIII Premios Internacionales de Traducción Rey Abdullah bin Abdulaiz (en Toledo), en el que una de las galardonadas (o la única, no estoy seguro) aparece cubierta con una prenda de color negro de los pies a la cabeza.
Yo he sacado algo positivo de la noticia: no tenía ni idea de la diferencia entre burka (que cubre todo el cuerpo y tiene una rejilla para ver) y niqab (velo negro de pies a cabeza, con una pequeña abertura a la altura de los ojos), de la cual me ha ilustrado adecuadamente LA CRÓNICA DE GUADALAJARA, incluso desde sus titulares.
Son interesantes estas discusiones sutilísimas, como cuando la iglesia de Roma y los bizantinos discutían sobre si el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo, como se dice en el Credo (que no es sino la expresión resumida de la fe católica), o no procedía del Hijo más que por el Padre. La mujer de la foto, según parece, luce niqab.
Digo que cualquier asunto sirve para tirarnos los trastos a la cabeza porque me parece que en este caso Page es inocente sobre el hecho en sí. Y Cospedal también, claro. Y David Llorente, por supuesto, que ha reaccionado con indignación al observar la foto. Pero siendo esto así, lo que ya no parece tan normal es que se aproveche un hecho de tales características para sacudirse de lo lindo. Porque lo cierto es que ni a Page, ni a Cospedal, ni a Llorente, les ha gustado ver a una mujer sin rostro, sin identidad, recoger un galardón seguramente más que merecido. Es decir: están los tres de acuerdo en lo sustancial.
Entonces, ¿a qué se debe la polémica?
¿Por el hecho de haber asistido el presidente a una entrega de premios? Bueno, a actos como ese asistirá dos o tres veces cada día.
¿Por el hecho de haber aparecido súbitamente en el escenario una dama cubierta de negro de los pies a la cabeza? Supongo que tal hecho no fue puesto previamente en su conocimiento, no hay más que observar la foto para ver el mal rato que está pasando, pero para mí esta circunstancia no es decisiva.
¿Por no haberse marchado? Espero que no se mantenga seriamente esta tesis, porque tal comportamiento le hubiera comprometido a él, a la Casa Real, a España, al consorcio que anda enmarañado con el AVE a La Meca, y a la vestida de negro.
¿Por haber aplaudido a la galardonada? Si estoy yo, aplaudo hasta romperme las manos para reconocer su mérito pese a su vestimenta: me cuesta creer que una mujer vista de tal manera por propia voluntad a no ser que se encuentre expuesta a los rigores del desierto. Pero eso es porque soy hombre y occidental, por tanto un completo ignorante sobre lo que en realidad piensan las saudíes. Porque siempre queda la duda (aunque sea pequeña) de si la mujer del concreto caso viste así realmente de manera voluntaria, y eso desconcierta un poco. Yo no lo creo, pero en cuestiones de fe ya se sabe.
Este es un asunto difícil, y no se va a resolver mediante un enfrentamiento de bajo nivel entre los representantes políticos. Creo que en esta ocasión Page no tuvo mucha suerte, pero también creo que poco más pudo hacer. No debió generarse polémica, pero se generó; debió generarse un debate sereno desde otra perspectiva, pero el ruido se impuso. Últimamente se impone muchas veces el ruido. Y frente al ruido, la reacción del Gobierno de Castilla-La Mancha creo que ha sido correcta, tanto la del presidente como la del Instituto de la Mujer: manifestarse en contra de la prenda y de la discriminación que no oculta sino que expone. Porque esa es la paradoja: ocultar la cara de la mujer significa por lo común (digo por lo común, quede claro) escribir con letras impresas a fuego la más grande injusticia, la más grande discriminación, el retrato negro, negrísimo, de un modelo social intolerable. Nunca una oscuridad arrojó tanta luz.
Y sin embargo, sabiendo en general que esto es así –porque es muy difícil mantener que no hay una discriminación salvaje contra las mujeres en Arabia y en otros países como Arabia–, ¿quién nos dice que el episodio toledano no es producto de un acto voluntario (o sólo condicionado por motivos leves) de la mujer que se oculta bajo el niqab? Yo, ya digo, no me lo creo. Pero posible…es posible. Porque lo decide ella, o por lo que diga el que tiene al lado (de hecho no es la presencia de Page lo que más turba, sino la del príncipe saudí “garantizando” el derecho de la mujer a vestir el niqab), o porque se impone el criterio de su marido o de su familia, o porque no quiere que circule su imagen, o porque es un sacrilegio aparecer descubierta junto a un príncipe. ¡Vaya usted a saber! A mí no me parece acorde con los tiempos, pero eso, vaya usted a saber.
Según dictaminó el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, la Ley francesa de 2011 que prohíbe portar burka o niqab en el espacio público es acorde al Convenio Europeo de Derechos Humanos, pero obsérvese que el argumento que se utilizó fue la necesidad de identificar a los individuos para prevenir atentados contra la seguridad de las personas y de los bienes, y luchar contra el fraude de identidad. Por tal motivo, la prohibición no se circunscribía a tales prendas con connotaciones religiosas (se puso mucho énfasis en señalar que no se iba contra las costumbres familiares, ni contra los sentimientos religiosos): también se extendía a otras como, por ejemplo, un casco de moto o un pasamontañas.
Y a pesar de admitir la validez de la Ley, no dejaron de suscitarse dudas en el seno del propio Tribunal sobre la mejor forma de proceder en el concreto caso de la mujer pakistaní que recurrió a la justicia europea (ella defendió su libertad para vestir como lo hacía): conciliar los diversos derechos en conflicto (seguridad, intimidad, libertad en general, libertad religiosa…) no es nunca tarea fácil.
De avanzar por algún camino, que sea por el francés.
Pero lo realmente importante es que se abandone primero un debate de baja estofa que no conduce a parte alguna. Más aún cuando no está claro (ni aquí, ni en Francia, ni en Inglaterra) cómo ha de procederse.
Repudiamos todos, en abstracto, la discriminación, pero cuando mediante un proceso de concreción sucesiva nos aproximamos al caso particular, la cuestión cambia un tanto y empiezan a surgir las dudas. Sencillamente, porque para reprobar las costumbres de otras culturas primero hemos de afirmar la superioridad de la nuestra, la primacía de nuestros valores, de nuestro modo de vida. Y como aunque estemos convencidos (yo lo estoy) el empeño no es pequeño, lo mejor es, sencillamente, aplicar la ley…si la hubiere.
¡Ea!, quitémosle un poco de hierro a esto y terminemos con media sonrisa. Fijémonos en la cara del ciudadano, sentado, que asoma entre el presidente y la galardonada. Su cara es en algunos aspectos la de muchos de nosotros.
|
RSS